jueves, mayo 26, 2011

Ya no puedo escribir

Ya no puedo escribir. Las palabras han escapado de mí, las palabras y las ideas con las que nací, y las que se generaron como el sonido del piano, como un golpe en el alma. Así lo he descrito yo, alguna vez, al sonido del piano, como pequeños golpes en el alma. Ya no tengo palabras, ya no sé qué escribir. Como enloquecida busco mi inspiración y tengo la sensación de que la solución está en leer. Ya no leo y ya olvidé cómo expresarme.

Es lo que me gusta de las cartas. Es cuando escribo cartas y tengo algo que decir, que puedo expresar intensamente mis emociones, o contar anécdotas. Mi prosa está enloquecida y no puedo hacer más que poemas, haikus y similares.

Vienen cuando escucho un arpa, una voz peculiar, entonces vienen golpeadas las palabras en una serie sensata, un poco más que mis demás pensamientos al menos, y debo vomitarlas en cualquier lienzo, con cualquier herramienta ya sea lápiz, pincel… teclado de mi portátil. Pero como viene va, como aparecen, como un flash, en mi memoria, en mis visiones… se desvanecen y es muy difícil hacerlas cambiar de parecer. Cuando te abandonan las ideas y un día ves venir una, así de rápido, sabes que se irán. Me he predispuesto, es lo que justo ahora no sé cómo cambiar.

Sin música no escribo y sin música no tengo humor. Late la música en mis oídos y más fuerte mi corazón. Muere una melodía y sin detenerse nace otra, sin silencio. Para qué quiero silencio.

El silencio me ha inspirado alguna vez, o muchas veces… pero no me da continuidad, no me acompaña a través de las palabras como puede hacer una canción. Creo que estoy en un error… y la misma puta canción no puede continuar por siempre porque deja de ser fuente de ideas y la segunda vez que suena, suena vacía.

Sin la música no tengo humor para decir nada, o en arranques vomito varias hojas de palabras, todas llenas de palabras que si vuelvo a leer deseo cambiar pero sé que está bien. Como una diosa, un día alguien dijo que hay que hacer honor al vómito. Y así quiero hacer, qué importa un error de dedo, o mi gramática abandonada.

Si puedo llenar más páginas, qué mejor! Y quisiera mostrarles la colección de hojas de papel llenas por ambos lados y entre líneas vueltas a escribir más. No podía parar; qué tanto dicen? ¿Qué tanto solía tener que decir? Uno no estudia literatura por miedo… a no ser tan bueno, a que te roben las ideas o te las cambien. Y no estudié literatura por miedo! Y ahora no hay ideas que escribir… o es que me he dedicado a la imagen de la imagen vivo y produzco imagen. Solía expresar mis ideas de forma escrita. Ahora solo tengo una amplísima colección de hojas de papel rayadas de ambos lados y vueltas a rayar en los espacios que quedaban, porque tanto lo amaba, y me enloquecía. Y recuerdo estar envuelta en no más que una toalla de baño y estar escribiendo con el pelo goteando en el escritorio porque iba a olvidar si no escribía. Nunca me guardaba ideas para después. Oh, ya fuera yo Mozart literario, pero no, siempre escupiendo en mis archivos, en mis libretas (¡cuantas!). Cajones y repisas todas llenas. Podía lloverme o llevarme el viento. Mis ideas, aferradas a mí no me soltaban si no era sobre papel.

Suéltenme ahora palabras, que me han amado tanto que no quieren dejarme ya. ¿No les gusta el papel para vivir? ¿Y qué tal un archivo de texto? Simple, precioso. Tan solo un fondo blanco y letras lineales y negras. Nada más bonito. Nada anhelo más. Extraño como a nadie, escribir el día entero. ¡Qué importa si era basura! ¡ Y qué importa una crítica si lo que tenía que hacer era leer más! Ahora, en el mundo de las imágenes, extraño las palabras. Bonitas, que ahora transmito a un pequeño que me mira extasiado con ojos soñadores. Hermoso como las palabras no podrían describir. A veces apestoso porque su mamá no lo baña bien, y le gusta verlo como a una pequeña criatura salvaje. Hermoso… cómo explico que no quiero que me regañen. Qué risa. Qué frustración cuando "tu manera" no es la correcta.

Palabritas, palabritas, vamos a jugar. Y corren los minutos, cuántos? Melodía que en mi mente se prolonga infinitamente construyéndose como yo, también en constante construcción. Basura. Eso es lo que guardo en mis cajones y armarios. Montones! que nadie nunca va a leer y que ocasionalmente procuro depurar, pero cómo se enamora uno de sus montones de palabras como garabatos en las libretas… que nadie nunca va a leer.

Y qué gusto! Porque las he leído y qué de bueno hay ahí? Al menos coincido con la persona que escribió todo eso hace años en algunas cosas. Pero qué niña estúpida, y qué bonita ella y qué equivocada.

Montones impresionantes, como los dibujos que tiene una amiga, así mis colecciones infinitas de palabras, llenas de infancia y en ellas dejé los juegos y las ganas de portarme mal.

Ah… pero me he portado bien. ¿Qué pasa con la gente que saben que tienes un hijo y creen que saben algo de mí? Si soy una leyenda urbana! Pero cómo explicarlo… ¿Cómo explicar que yo misma me sorprendo cuando pienso en mí hace cinco años? Y digo, sin esperar comprensión alguna, que soy la mejor Andrea que ha existido.

Qué bien me siento de que seamos sólo él y yo. Libres él y yo. No hay tiempo para más, ni para sentarme a vomitar, como ahora hago. Esperando porque justo ahorita puedo. Ocupar este tiempo para dárselo a una persona… sí lo hago, ocasionalmente. No necesito más problemas, como han sido ellos. Problemas innecesarios. Cuando llegue una solución qué felicidad! Pero más problemas, no gracias. Innecesarios como el texto que guardo con cariño amojonado debajo de los zapatos de quince años y las botas que sólo uso en invierno.

Qué molesto es cuando te gusta alguien y por alguna razón no puede ver quién eres. Pero está perfecto, así de entrada sabes que no vale la pena. No es despreciar, es darse cuenta de cuando has encontrado a un buen amigo y no vale la pena (como has hecho antes) echarlo a perder. Qué gusto, en qué gusto se convierte cuando te das cuenta de la cantidad de personas que te rodean y lo lindo que es dedicarle tu tiempo a todos y no a uno solo. Porque no necesitamos razones para llorar o para tener noviazgos de primaria. Y no tenemos que pensar en alguien cuyo mundo está lleno de las cosas que repudiamos. Es aprender a hacer las cosas bien, sobre todo esas cosas.

Cómo me gusta, a quién engaño. Y no lee mis palabras porque seguro se aburrió con el título. Qué diversión es darse cuenta de que quizá es mejor guardar la distancia. Y si pasa, qué bueno. Pero oigan! Cuál es el verdadero error? Yo nunca me rendía… y ahora he aprendido a dejar ir lo que no esté en mis manos mantener. No forzar nada… y cuál es la diferencia entre forzar y esforzarse?

Y entonces, cuando he pasado ya un buen rato escribiendo, escribiendo, veo que no tengo tiempo para pensar en eso. Qué alivio, porque sería problemático tener que contestar preguntas así justo ahora, en el momento en que surgen. Nada de eso.

Y los montones de basura? Ordenada, por supuesto, llenos de preguntas de la misma naturaleza y otras, por qué no? Debería tirarlos pero no podría. Quizá cree un archivo en orden cronológico y sí revise todo y finalmente tire lo que he superado y conserve lo que es para mí una joya, una evidencia de lo que solía ser, de lo que he retomado y lo que ha quedado enterrado o se lo ha llevado el decolorante de cabello.

Me siento un poco adicta a este teclado tan suave. Sin esfuerzo tecleo, sin esfuerzo leo lo que escribo sin mirar las teclas. El piano me golpea y es la clase de golpe que te hace sonreír, y es la voz, la más extraña que escucharás, la que te conmueve. Y habiéndolo dicho, comienzas a forzar la inspiración, como si no hubieras sabido desde el principio que se va tan pronto como llega.

Nada. Ni una idea de uno mismo, ni la idea de alguien más, ni los recuerdos ni los anhelos, lo que deseamos para el futuro. Nada, no hay pequeñas personas esperando sentadas cómodamente sobre tus hombros esperando a que necesites una nueva idea. No hay musas ni duendes que te digan que escribir, ni hay letra de canción si no la cambias. Ni la idea de la infancia que no me di cuenta de cuándo se acabó, ni la idea de los amigos que extraño y los que no recuerdo casi. Ni el recuerdo del amor que he sentido en el pasado, ni los deseos de la vida en el futuro. Y como que parpadea, como que quiere brillar, encenderse, una nueva idea. Le digo, por favor quédate. Creo que debo aprender a no decir cosas así nunca más. Qué absurdo aburrido, y desperdicio! Los deseos nuevos son más interesantes e inesperados. Me han hecho desear algo que yo no deseaba. Y lo deseé tanto que no pude aceptar que no dependía de mí. Comencé a generar ideas y proyectos y a hacer todo lo que quería hacer sin necesidad de compartirlo sino al momento de mostrar resultados, pero entonces todo mundo puede ver lo que hago por igual, sin preferencias, sin amistades, sin familia. Ahí estoy yo, siendo yo, escribiendo o pintando o tomando malas fotos, y todos las pueden ver, leer, criticar. Soy yo cubierta sólo con una toalla después del baño, lloviendo como una gran nube de colores (sobra explicar la referencia). Ideas románticas, ideas humanas, ideas de amor y de familia y de deseos que no deseamos por nosotros mismos sino cuando se nos habló de la posibilidad de su realización, y tristeza.

Necesito no ser nadie para poder hacerlo todo. Esa no es Andrea. Eso que veo ahí es un performance constante, imparable. Eso que dice ese organismo vivo, eso que enuncia con la boca que la genética le ha dado, son manifiestos. No es que sea importante, pero ahí está. Y no es la intención ser mirada ni ser un tema de conversación. Ni digo que sea brillante. Pero ahí está. Ahí está. Ese montón de basura.




Por cierto, me siento como pony con estos colores.

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